miércoles, 5 de septiembre de 2018



SEPTIEMBRE Y EL RONDEÑO MERCADO DE GANADOS 

            Sin desdeñar la tercera, las dos ferias notables de Ronda, como largos descansos dominicales, rompían la monótona rutina, las fatigosas labores y, también, el paso cansino de dos estaciones ya en franco retroceso: la primavera, en la de mayo, y el verano en la de septiembre.
            Como todas las ferias, tenían su origen y nacían, sin embargo, no con el exclusivo fin de permitir el cese inmediato al cotidiano y humano afán, y a las mil formas de ganarse la vida los hombres, de tomarse un reparador respiro, ya que lo que en ellas para unos, con su pizca de diversión y lasitud venían a ser las ferias, para otros, una cuantiosa representación, paradójicamente, como motor que las mantenía vivas y les daba su oculto sentido, esos días festivos, lejos de la distracción y jolgorio ajeno general, significaba más trabajo, más inquietud, más preocupaciones que las ordinarias.
            Sin duda, de un intento de ornar con oropeles, de envolver una agotadora labor, de enmascararla con un disfraz de cantes, bailes y funciones de todo tipo, lo que en realidad era un comercio ancestral, con un cambio de dueño de animales, de trueques de estos o, sencillamente, en algunos casos de orgullo por exhibirlos, se forjaron las ferias como ahora se conocen, siempre arrastradas por las de ganado. Que el correr de los años fuera separando ambas manifestaciones, viviendo después, como en la actualidad, vidas casi separadas cada una, no puede hacernos olvidar su verdadero origen. 
            Tampoco, desde luego, la filosofía de la que, en el transcurso del tiempo hicieron gala y sabio uso los campesinos de estas tierras nuestras para, adaptándose a las características desventajosas de un indescriptible, por lo hermoso, pero montaraz suelo,  sacar provecho a los campos, a las cosechas, para trocar piedras y cumbres en fértiles hazas de viñedos y mieses; y, para dentro de esas mismas escabrosidades, criar ganados y razas de animales que sobresalían por su fortaleza y capacidad para el sufrimiento, disputando esas condiciones a sus dueños.
            Así se explicaría esa fama, que se pierde en las brumas de los tiempos de ganados y razas autóctonas serranas, y de que a una región, la nuestra, a la que no se le conocían carreteras y sí sendas de herradura, escabrosas e intransitables, con precipicios sin fondo a sus angostos filos, y en total abandono -de lo que, desgraciadamente todavía hoy nos quedan grandes estigmas-, cuando se celebraban las rondeñas ferias, acudieran, como si no fueran pocos los peligros que había que arrostrar para llegar aquí, poniendo en peligro sus vidas, caravanas y caravanas de gente; los más, los que venían a su feria de ganados a cerrar un trato, y de poder ser, en él, cerrar la compra para llevarlo a la suya de un ejemplar de la tierra.
            Uno recuerda con nostalgia, cuando septiembre más que soles y ardores amasaba en su seno brisas que ya obligaban a buscar algo de abrigo, su mercado de 
animales y esa planicie, no siempre la misma, en la que tenía lugar la celebración, las transacciones; un mundo variopinto con mucho de medieval, de algo añejo que se niega a irse; con los tratantes con sus sombreros de ala ancha y sus ropas, casi hábitos monacales, muy negra; y tiendas de campaña como refugio nocturno por doquier; y piafar y trotes de caballos, y mulas, y el sonido de otros animales que también querían llamar la atención sobre su presencia. Y creemos que a esta feria de ganado de septiembre, como antes lo fue a la de mayo, cualesquiera que hayan sido los cambios que nos han traído los años, a las antiguas y a las de hoy, las une y mantiene enhiestas un imperecedero halo, porque los protagonistas, se mire como se mire, hombres y animales, siguen siendo los mismos: de la serrana tierra, a la que amamos y pertenecemos.
                                                          EN DIARIO SUR 5 septiembre 2018

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