martes, 9 de enero de 2018

     CON BLANCOS PAÑALES EL AÑO

     Habría que agradecerle al año que se haya dejado venir con pañales tan blancos que son un primor. De las dos formas de purificación que esgrime la naturaleza, esta con que ahora se nos muestra, la del frío, es sin duda la de más fiar, puesto que la otra, la del fuego no deja buen recuerdo, con métodos, los de la terrible inquisición, que a más de muertes a mansalva, dejaba siempre feos rastros de cenizas  y de un insufrible hedor, y a veces, como hogaño, cuando de devorar  bosques y parajes se trata, una total ruina.
      Aunque helador, más clemente y amigo, por mucho que cale los más gruesos abrigos, es para nosotros este gélido aliento de una naturaleza que, mostrándose como se muestra, desapacible y con pocas ganas de marcharse, no hace más que cumplir con el calendario y con la fama de los eneros de antaño. Se diría que, en rigor, nunca se han ido del todo, y que ahí estaban, con toda la calma y paciencia de un Job, esperando su oportunidad, no fuéramos a creer que ya los inviernos, como tales, eran historias de un irrecuperable pasado.
      Pero, más que eso, el amanecer, siempre grandioso por estos lares, nos dejó durante bastante tiempo en la retina, esta mañana, a brazo partido con el frío, una estampa que era muy vieja, pero que ya hacía años que no veíamos: montañas que luchaban por mostrar en sus abruptas laderas y sus cumbres, un azul más intenso que de costumbre y que la nieve se empeñaba en tapar. Como testigo, unas nubes más afiladas, también, que de habitual, llena de rubores, avergonzadas por mirar con descaro, sin querer alejarse, porque mucho había que contemplar.

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