domingo, 10 de enero de 2016

LLUVIAS DE NADA PARA OBCECADAS NIEBLAS.

            Por muy esporádicas, ligeras y concisas que sean las lluvias en este otoño-invierno, un riego de nada, una vez pasadas, en ellas se escudan las arteras nieblas para, solapadamente, hacer su aparición. Cabe pensar que, por la parsimonia de su avance, muy lejos de la voracidad con que actuarán mas tarde, nadie diría que son tales, sino inquietas nubes vagando despreocupadas por espacios que le son propios, pero sin ánimo de alejarse mucho del punto en donde se originaron y crecieron.
            Hay algo de onírica melodía, de letargo con callada música que sacude la vista y lo sentidos en ese escenario de mágica esencia, en ese despliegue del fino pero penetrante manto que muerde y oculta a dentelladas el paisaje, y, con este, a lo que de más relumbrón, más espectacular y sonoro tiene el aura externa de la ciudad, otras veces inacabable, sobre todo si donde se tiende la mirada es desde el encumbrado suelo de nuestra Alameda. Es aquí, donde ahora, la niebla hace florituras y diabluras de infante travieso, esparciéndose ya descaradamente, invadiendo y tomando por las fuerzas de sus impenetrables masas cuanto quiere, abarrotando en fin lo que pudiera parecer milagro: la incasable hondura, de pies a cabeza, de nuestro inefable precipicio.  

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