martes, 19 de enero de 2016

¿DÓNDE SE OCULTA EL ALMA DE LA CIUDAD?

           ¿Tendrá alma la ciudad? De ser así, ¿dónde se esconde? Como si no se tratara de una búsqueda de difícil acomodo a la fría realidad, hay días en que uno amanece con esa necia ilusión de atrapar lo intangible, de adentrarse por los vericuetos sin nombre que al conocimiento, al recóndito escondrijo en la que aquella se oculta llevan. Con poca fe, pero mucha voluntad, que no tienen que estar reñidos, iniciamos la búsqueda, de arriba abajo, porque es la nuestra una ciudad plantada en verticales paletadas, que necesita subir y despeñarse antes de abrirse a horizontes más vastos y parejos. ¿Estará aquí junto al río enredada en sus aguas calmas, gobernando desde lo más hondo, junto a los desmesurados y vigilantes ojos de dos puentes sin edad, el alma de la ciudad, aplacándola,  día a día, para que siga viva, para que  no se desmorone? Y, más tarde, con el aliento maltratado por la brutal subida de las pinas calles empedradas, delante del otro Puente, el tercero, y más descomunal, brotan de nuevo las dudas: ¿Entre sus dorados sillares, en la perenne derechura de su añejo armazón, se esconde ese hálito que anima a cada plaza, a cada calle, a cada rincón, para que siga siendo honraran de vida, fuente de esperanzas y deseos, una ciudad viva y no muerta?
            Seguiríamos esforzándonos, buscando por doquier, en laderas, cataratas, frondas y valles, seguramente sin acierto, ese aura inmortal, omnipresente, aunque escondida nos quede a los más; pero más que el seguro fracaso, nos detiene el ruidoso alborozo de la mañana que avanza, apropiado para contemplar lo que de inesperado y nuevo trae, que no para indagar lo que, como el enrevesado trajinar del universo, nunca entenderemos los pobres mortales, aunque a rabiar nos gustaría. 

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