sábado, 21 de febrero de 2015

HAY BLANCURAS MÁS FIELES QUE LAS DE LA NIEVE.


         En lo más fatigoso del invierno, otra blancura más fiel que la de la nieve, porque nunca cede a su cita ancestral, magnifica a campos y suelos y orna soberanamente el horizonte añadiendo color y poética lluvia de albas mariposillas a un paisaje, el nuestro, no necesitado de nuevas aportaciones para despuntar y mover admiraciones; pero que nunca renuncia a abrir su seno a otras experiencias, acogiendo a expediciones de aves y flores, llegadas de no se sabe bien dónde, o a los novedosos matices con que el incierto paso de los días van mudando su faz. 
       

      Tan obcecado ha sido el revés del tiempo últimamente, como para birlarnos el previsto esplendor de la floración de los almendros, a los que nos estamos refiriendo. Algunos, ante la adversidad, han optado por retrasar su venida y denodadamente luchan ahora mismo por incrustar en el aire serrano su cana y tatuada faz; otros, en cambio, ya en claro retroceso, han sembrado de un inusitado color, entre gris y marrón, las agrestes pendientes que mueren en los molinos. Un embeleso más el que forma en serena mezcolanza allí con el rosa de las nervudas rocas y el verde profuso de las malezas, más intenso que nunca. Su flor, mustia sin duda ya, no ha perdido con todo ni un ápice de una prístina galanura que raras veces les abandona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario