jueves, 5 de junio de 2014

AGUACEROS PRIMAVERALES



     Aguaceros primaverales, como el que con insistencia, en una larga hora, ha caído, no olvidan su papel reparador de una atmósfera extraviada, a la que, como en ocasiones precedentes, era necesario poner bridas para que no se desmandara en demasía. Había arreciado tanto el calor, unas veces, en estos días últimos, y, otras, un perturbador frío era el que tomaba las riendas del alienado tiempo, que nada más conciliador que este agua adormecedora como una nana maternal.
      Pero algo más ha hecho esta agua de poca fuerza, que ni daña, ni apenas deja huella en el suelo: arremeter contra los rosales que están a la vista, dejando su rastro en unas ramas atiborradas de flores, que en prietos ramos han dicho de pronto adiós a una vida de esplendores, pero breve como suspiro de niño. Se han quedado las más de las rosas, sin luz y sin brillo, mortecinas, un pegote informe, una amalgama deslucida de colores del todo irreconocibles.
      Sólo la verde estrella agazapada de un capullo de cinco flechas sin remates floral,  pregona la pérdida de un terso trono de pétalos que allí, no hace tanto, se alzaba.

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