domingo, 7 de octubre de 2012

LA IGLESIA DE LOS CUATRO ABANDONOS




        Hay maldiciones que perduran, que  surgen de improviso ignorándose cómo ni por qué y ahí se quedan enquistadas viviendo y martirizando sin parar, como chinchorros en canes vagabundos, sin que, al igual que  ocurre con otras más pasajeras, los años echen una mano redentora para quitarlas de encima. Y cuando acaban es porque ya no existe nada sobre lo que ejercer la maldición. Es el final.

         A este indigno final parece abocada la otrora esbelta silueta de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, la de más antiguo asiento de la población, sobre la que cayó, ya ni se acuerda uno cuándo ni por qué, una condena de las más infames; tanto que ni el menor recuerdo, la menor compasión suscita ya sus heridas, que no fueron un día tan grandes ni tan profundas como para que con unos pocos cuartos no se restañaran. Pero ni sus años, ni su lejanía del bullicio de las calles más céntricas, ni su recoleta situación, queriendo no molestar desde donde la trasladaron a un lado de la plaza de San Francisco, contó con la compasión de nadie. Maldita está, no nos cabe la menor duda. Pese a las plantas trepadoras con que la naturaleza trata de tapar su ruina.

           Los abandonos, por eso, se cuentan ya por pares: el primero, ya muy lejano, pero abandono sonado, el de la Maestranza, de la que la virgen titular era su patrona y la de sus festejos. El segundo, entre los recientes, el del obispado. ¡A quién importa una capilla del año catapum, sin mucho tráfago de gente en un pueblo que no es la capital! El tercero el la Caja el banco o cómo quiera que se llame ahora,   no hace mucho Unicaja, que como propietaria o cuidadora, al menos, de su integridad, poco gastó de sus muchos duros de capital, la minucia para ella de su arreglo. El cuarto el del ayuntamiento, -y son muchos consistorios ya los que han pasado desde que se iniciaron los males del templo-, el que contagiado de la desidia general todo lo contempla en plan de mero espectador y de "a mí que me cuentas". ¡Nos libre Dios, como personas, de maldiciones como la descrita, que como admiradores de la ciudad y de sus preciadas obras en destrucción, de sus anales, cada día la sufrimos! 

  



     

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