miércoles, 14 de septiembre de 2011

UN VERANO PERTINAZ

                                                                           
          A nuestro verano, de inusuales calores, parece importarle un bledo el calendario y el hecho innegable de que, según aquél, su reinado por este año debería  acercarse a su fin. La verdad, es que nadie lo diría viendo los rayos de sol rompiendo con tórrida fuerza sobre la tierra, cada vez más sedienta y reseca,  y los cielos hechos los desentendidos, ignorando que a su inabarcable superficie no le vendría mal, como mudanza, un horizonte de plomizas nubes, de las que almacenan aguas y turbiones en su blando seno.
          Las calles son otra cosa por estas fechas: menos forasteros, más calma en el tráfico de gente y vehículos, menos bullicio y, desde luego, huida de vendedores y músicos vagabundos. Entre éstos, para el recuerdo, me quedo con el de vestimenta negra de exótico sombrero y procedencia, melancólica trompeta,  mínima casa a cuestas y un castellano imposible. Instalado en los paseos que bordean la Alameda, con notas de añejas épocas, buscaba sin prisa alguna, no sé si espantar su morriña, la sombra amiga de los frondosos árboles o ganar unas monedas.  

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