sábado, 24 de noviembre de 2018


EN TROPEL, FANTASMAS EN EL TAJO

            De los que rodean y se miran en las oquedades del abismo rondeño, pocos caminos quedan vírgenes de humos, motores y suciedades de las que los humanos vamos dejando, en una forma u otra, a nuestro paso. Sí que esa pureza aún incontaminada, puede verse en el llamado de la Virgen de la Cabeza, un camino que a ratos serpentea, otras se hunde y a veces gatea; un camino que se diría que no va a  parte alguna y que solo nació para eso, para ser sendero maternal de lo que todavía es: de luz, de silencio, de paz, de arrullos de pájaros en sordina; que apenas turba, cuando ocurre,  el seco y campesino arañazo de una azada a la gleba;  una ingente atalaya, por demás, a las montañas y a la ciudad que idealizada, enriscada,  superada, alejada y algo perdida queda.
            No está, sin embargo, el camino desprovisto de ocupación, pues a un tercio de su andadura, la constancia de unos desperdigados muros, cascotes, con torreones abatidos y sendos en pie, permiten, más que mostrar, adivinar, el pasado asiento de una edificación, no cualquiera, y con un peregrina historia, según veremos.
            La espléndida mansión, ya que eso fue durante años, cabe asegurar, nació, a partes iguales, del amor y de la desesperación, que una salud en las últimas, sin remedio de durar, la de su amada, provocó en su esposo, un ingeniero cordobés. Alzada fue la soberbia vivienda en la posguerra con leves esperanzas de que el edénico paraje, en la vecindad de pinos y de olivos, en el que todavía subsistían torres e ingenios de otras culturas, aunado a la vivificadora atmósfera, de suprema limpieza, fuera capaz de detener una incontenible tisis de frenético avance, de la que ya hablaba su condición de galopante; de obrar el milagro de la curación. El fatal desenlace, no obstante, no tardaría en llegar.
            Abandonada la casa y su imposible sueño por el apenado cónyuge, de su estancia y de la que fue su mujer, en el frontispicio de la vivienda, quedaba el recuerdo del nombre con que se la denominó: Villa Apolo,por el de ella, Apolonia. Dioses por medio, y diosa para su esposo la amada, para concluir, como siempre ocurre, que nada más que de  humana cuna procedía ella. 
            En unos años, a la par que una lenta pero perceptible destrucción, otros circunstanciales habitantes se encargaron de ocuparla, felices de que nadie les llamara al orden: vagabundos, pastores, mendigos y vendedores ambulantes, con poco dinero y contentos de no tener que pagar hospedaje en lo que para ellos era uno de lujosas y rutilantes estrellas.
            Todo hasta que pasado un tiempo, ya con algunos visibles desperfectos internos y externos, con nula explicación, la vivienda vino a quedar desierta. “Embrujada está”, se comenzó a decir por boca de los dueños de hazas y huertas cercana: esa era la explicación. Aquelarre de espíritus que con las sombras celebraban sus moradores del más allá; tal vez, para los más leídos, los espectros de Bomberg o Rilke, recreando paseos,  cuadros o versos que les inspiraron la galanura del lugar; tal vez el de Apolonia, queriendo prolongar una estancia que tan efímera la fue. Lo cierto es, que, más de una vez, a oídos de los que volviendo tarde de arar o cosechar, habían llegado con absoluta claridad notas de piano y ruidos grandes, chirridos de puertas y ventanas, por no hablar de una espantosa frialdad que hasta el sendero envolvía.
            Pausada, pero con implacable saña, abajo se vino, en casi su totalidad, la estructura del edificio. Varias veces mudó de dueño la propiedad con sus anejas tierras, compradas al final por un arquitecto, con la intención de edificarlas. Un malhadado día, y un gobierno municipal que nadie recuerda, y para qué recordar, dio por bueno el expediente presentado por aquel, autorizando el sitio como idóneo para la construcción de no sabemos cuántas viviendas, pero abundantes. Tras unos años con una cierta oposición municipal a que el vergel se convirtiera en suelo de apiñadas casas, hace unas semanas, el visto bueno ha llegado para los herederos del arquitecto y para la segura construcción en Villa Apolo de un llamado “complejo hotelero”; a nuestro entender, se mire como se mire, una puerta de par en par abierta no al valle y al abrupto paisaje, sino a futuros estropicios del paraje y del camino; a la ya imparable entrada de fácticas estantiguas, fantasmas reales, materiales, que en mantillas dejarán a cualquier espíritu, de los que, pobres míos,  sin causar mal a nadie, buscando su célico rumbo, por allí, pero por poco tiempo, todavía merodean.

            En diario Sur de hoy

                
            

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