viernes, 29 de julio de 2011

VETUSTAS TIENDAS QUE SE VAN

          El verano, con sus riadas de forasteros husmeándolo todo, incluso lo de menos aprecio, siempre se ha considerado económicamente una buena época para subsanar pérdidas en la vida comercial, azotada por  inviernos menos fructíferos y apagados. Lo que es temporada alta en el ámbito de los hoteles y restaurantes, con subidas de precios, lo es menos en las tiendas apuradas incluso a incluir rebajas en sus productos para atraer a los visitantes, quienes curiosean mucho y poco adquieren.
         Cuando ni siquiera con el empujón de los veranos los comercios enderezan el rumbo e hincan la rodilla de la desesperación y claudican, es que su fin, el término de sus días activos, no importa cuan prolongado y antiguo fuera, se encuentra muy cerca.
          Heroicamente, con las mismas armas de siempre: el buen precio, sus céntrica situación,  el trato amable, la cercanía y el hablar con los clientes de cosas cercanas y comunes, parecían algunas tiendas vetustas, transmitiéndose generación tras generación,  capaces de resistir toda una vida; pero toda la vida es mucho, aun para las cosas que no están obligadas por  herencia biológica a envejecer. Su cierre, deja un regusto amargo de imprevista rendición, de David aplastado,  que lo es, al tiempo, de toda una fisonomía urbana propia, familiar, amena, diminuta, diversa y  poblada, muy distinta, en carácter y funcionamiento, a la invasión de impersonales y foráneas franquicias que las ha matado.   

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