A los que ya somos viejos, los avances técnicos y la rapidez con que hoy se producen, sin ser nada nuevo, nos deja boquiabiertos. Y eso que antes las innovaciones del último recién llegado, con engañosa clarividencia, nos decimos: "¡Que barbaridad de invento. Esto no hay quien lo mejore!" Error mayúsculo. En un año, tirando con largueza, nuestras pobres previsiones de aprendiz de adivino, sin suerte, sufrirán un mentis irreversible, como mostrarán novísimos y más admirables ingenios.
Sin mucho ánimo, por el precio y las obligaciones que se echa uno encima, contagiado por el entusiasmo de usuarios que desplegaban mis hijos, entró en mi casa como regalo navideño otro artefacto de extraña denominación, como correspondía a su procedencia extranjera: "I Pad", creo, no estoy seguro. Una mezcla en su forma y funcionamiento, de pizarra infantil, de las usadas antiguamente en las escuelas y de ordenador portátil. En otros términos, una maravilla más de las que nos regalan los actuales tiempos. Una pizarra mágica, capaz de atraer a su superfice rectangular, con un ligero toque de la yema de los dedos, los más fantásticos vídeos, las más increibles fotos, las noticias más últimas e ilustradas, los juegos más originales.
Con la misma fulminante rapidez, lo que es más, también de presentar ante tus atónitos ojos, acompañado de innúmeros resortes (para aumentar o disminuir la letra, iluminarla, ennegrecerla, situar vertical o horizontal el texto, sin merma de su posición, y no sé cuántas cosas más) al libro virtual. Éste, de obtención gratis o de pago, se descarga en un periquete. Y allí está uno, con la punzante duda, que no es sólo mía, de si será esta invención el fin del libro de toda la vida.
En principio, es curioso la de vueltas que da el mundo para posarse en idéntico predio, y que de aquellas tablas de arcilla de la civilización caldea, en que dio sus primeros pasos el libro, se haya llegado a esta otra, la nuestra, en que aquél, a través de miles de años, se dé la mano con el llamado virtual.Es innegable que, éste último, está ahí y que viene con fundados argumentos para no desaparecer. Una convivencia que, aún, se ve lejana, le espera al libro tradicional; una competencia, en algún momento feroz, que, por nuestra edad, afortunadamente, no nos hará sufrir a los que disfrutamos del libro como objeto material, factible de manejar, tocar, oler su tinta, manosear sus páginas, prestar, vender, donar, comprar, incluso, con harto sentimiento cuando ocurre, manchar o rasgar.
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