De los caminos que parten de los límites de nuestra ciudad, todos pintorescos y sugerentes, de los varios que sólo abandonan Ronda por un momento para rodearla y volver, me quedo con el que se adentra hasta morir, en su ida, en las profundidades de la rocosa gruta de la Virgen de la Cabeza.
Con la virginidad de esta ruta, todavía podemos considerarnos afortunados de no haberla visto mancillada. Sí, desgraciadamente, le hemos dado un innoble zarpazo a su entrada, obstruida desde hace algunos años, por una urbanización, la de La Pila de Doña Gaspara, de tan desafortunado enclave, que no hay más remedio que pensar en el nepotismo, la ignorancia, y, no sé si la corrupción, de los que la permitieron.
En este sendero aún incólume, sorprende actualmente el irremediable estado de una mansión, plena de edad y leyenda, que, materialmente, por momentos, se viene abajo. Su valor, desde luego, es sentimental y aunque se veía venir, ahora que parte de sus muros han sucumbido a las sacudidas de los vientos y a la constancia de los chaparrones, nos costará trabajo constatar dentro de pronto su total desaparición. Nos referimos, por supuesto, a Villa Apolo o Casa Rúa. A la par que su abandono, un montón de historias, sin fundamento urdidas, le ha hecho compañía durante todos estos años, también el de mendigos y desheredados que hallaron un refugio lejano, pero cierto.
Ahora que, con el respaldo del Supremo, parece cercana la edificación de viviendas, de alto coste imaginamos, tendremos que resignarnos no sólo a buscar con nostalgia, perdida entre pinos, almendros y encinas, a la fantasmal casa Rúa, sino, igualmente, a constatar que la virgnidad del camino, el de la Virgen de la Cabeza, se fue a hacer puñetas.
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