Un nuevo mes, Zaide, que se nos escapa, sin poder detenerlo, como migaja de mercurio entre las manos. Y uno no sabe si alegrarse o entristecerse. Días hay, en que nos gustaría desprendernos de tantas ataduras como se nos imponen desde que nacemos: los Gobiernos, las convenciones, las leyes, no todas justas ni sensatas, porque castigan al pobre y favorecen al poderoso; y también éstas de las marcas que sometemos, o intentamos, al tiempo, dándole nombres y más nombres, a algo que sólo es una continuidad sin principio ni fin, por mucho que hablemos de meses, años o siglos.
Por eso, Zaide, momentos hay en que nos gustaría ser una especie de Robison entre la gente, ignorando ataduras y más ataduras, que nada más que hacen a cada instante recordarnos no únicamente nuestra finitud y transitoriedad, sino asimismo que presos somos de infinitos dueños terrenos, que no divinos, que eso al menos sería comprensible. Pero como sueño es del todo imposible vivir de espaldas a la sociedad, por muy ficticia y falsa que sea, intentemos al menos disponer de una parcela propia, por enana que sea, donde al menos, durante un segundo, un minuto, digamos ahora soy yo, sin que nadie disponga de mí.
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