jueves, 29 de agosto de 2013

A LOMOS DE TORMENTAS


     A la naturaleza, Zaide, no cabe achacarle veleidad alguna, tal como con frecuencia ocurre con los hombres, inestables y caprichosos, y de admirar es su fiabilidad para sujetarse al papel que le dicta el paso presuroso de las estaciones. A veces, sin embargo, tiene aquélla sus imprevistos enojos, y sin atenerse entonces a previsiones o saltándose las que se suponían certeras, descarga su malhumor aquí y allá, amenazando antes para que nadie argumente inesperadas sorpresas.
       Es lo que barrunta sin premuras la tarde, sembrada de claroscuros, cuando no de tenebrosas nubes por poniente, que no anuncian nada bueno. Se ha dejado oír el furor algo distante de unos truenos vagabundos, y entretanto, liberados de la angustia ardorosa de su sueño veraniego, un umbroso rincón de celestinas y jazmines, que confundidos crecen en abigarrada mezcolanza, intensifican el pálido azul y la blancura de sueño de sus pétalos,  apropiándose del momento de respiro, para, gozosamente, perfumar la espesura de su oculto retiro de raros olores.





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