En centenares de ocasiones, Zaide, cuando toca reflexión, que no eres de los que rehuyen cultivar el pensamiento, habrás constatado, contemplado bien el pausado transcurrir con que se mueven las noches y los días, volanderas hojas del paso mayor de las estaciones; o ya la medida hondura de los barrancos, surcados por infatigables torrentes, ancestrales peregrinos de un terreno en constante entrega, o no menos la augusta altivez de las montañas, que a tan a la mano tienes, que era innegable la existencia de algo superior, llamémosle Dios, llamémoslo Grandeza, o Supremo Misterio; pero en otras, seguro estoy amigo Zaide, que tornando la vista a las miserias de la vida, al llanto sin consuelo, sin remedio que provocaban las enfermedades a los niños, al infierno de las guerras, a la inmensa crueldad de unos y otros, a la maldad e injusticias que por doquier acechan, que no cesan ni dan respiro, te dijiste: "No es posible que haya nada, que sea más que el hombre, que venga a remediarlo, en ningún lugar. Sólo un azar de azares es el que ha insuflado luz a esta infame gota de agua, ignominia de todos los piélagos del Universo. Y pensaste: "Unos pocos, muy pocos, quieren creer en ese algo, más un sueño que una realidad; otros dicen creer, pero no creen; y a los más solo nos embarga una interminable y desesperanzada duda, una gigantesca e interminable duda, que nos zahiere y a todas horas nos mata".
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