Desde las inestables cimas a las que te encumbraron soberbias y orgullos desmedidos, nunca, Zaide, mires con desprecio por tus riquezas, saberes, galanuras, sangre o cargos, a los que ninguna de estas cosas poseen. Son dones que se te dieron y que, esquivos, no es atrevimiento pensar, alguna vez desaparecerán, con idéntica prontitud que a tí se acercaron. Recapacita, amigo Zaide: el mismo suelo que a los demás, poderosos y desvalidos, te sostiene, y aunque tú creas volar fuera de él, sólo por él caminas sin levantar más que lo que mides, ni siquiera una pizca. Sólo tu generosa actitud con el prójimo, hará que tus actos te hagan más grande a los ojos del resto de tus congéneres. Nada más que eso debería contar, aunque escasos lo entiendan. Sé tú de esos pocos.
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