Entre suspiros de alivio de los que lo sufrimos en nuestras desvalidas carnes, agoniza marzo, un mes para no recordar, tristón, pusilánime, encerrado en sí mismo y en su perenne y tozudo manto de lluvia, del que en contadas ocasiones se desprendió. Sin grandes esquelas de defunción, muy pocos llorarán su despedida, y puestos a arrancarle un buen recuerdo, trabajo costará hallar qué contar, qué decir de él, de su brumoso transitar, que no venga a ser lo mismo, esto es, lo dicho ya.
Entre los muchos desaciertos de aquél, deben contarse los de haberle comido la moral a un abril que sin grandes prisas y menos ganas espera; al que consta como cierto, ha despojando de sus millares de aguas, de su humedad sin fin y de su hasta ahora inamovible jerarquía en un refranero sin edad. Perdido su norte y su nombre, habrá que estar atento a su actitud, no vaya a desbocarse, que nunca es bueno andar sin rumbo por los impredecibles, anchurosos, engañosos y traicioneros piélagos de la vida, sin saber qué hacer, cuando ya no hay nada que hacer.
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