Cual parto de los montes se diría este año el de la dulce primavera, vecina más que nada sólo por las fechas del almanaque; pero casi una utopía por esta persistente humedad que cala los huesos, esta atmósfera parda y desapacible. A su tenor, el alumbramiento, a una semana vista, tendrá que madurar, y nosotros olvidarnos de él, y de la obligada cita con un calendario avieso y traidor. Espiar es lo que queda, escudriñar a un gris horizonte y que un resquicio en él permita avizorar trinos y pétalos, auras blandas y algún alborozo en la naturaleza, para que al menos este último, ahora que de tantos carecemos, no nos deje.
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