Tiene uno la fortuna, de que sus hijos, los dos, aunque fuera -y en eso no tiene tanta- hayan heredado de sus padres, el amor al terruño; es algo que a nuestros ojos, los de mi esposa y mío, los distingue, y que brillos de otras metrópolis, muchas veces falsos oropeles, nos lo cieguen. Me envía uno de ellos, el varón, con el mismo orgullo que yo lo recibo, la portada de un libro de enseñanza de nuestro idioma castellano para germanos, con un estampa puramente rondeña en su portada.
Como no hay felicidad completa, ni día sin cuitas en este valle de lágrimas nuestro, recibo de un amigo, una noticia aparecida en la prensa de hoy mismo. A él, como una vasta mayoría, le preocupa un desenlace: la aprobación o no, de una obra que como maldición de los cielos, desde unos años nos persigue, porque. tristemente, como todos, se teme lo peor. Obcecados andan sus promotores, sin importarles un bledo lo que el pueblo piensa y rechaza; y buscan y rebuscan por donde colar al impresentable proyecto, que a ellos daría jolgorio y abundante dinero, y a Ronda una desgracia, esta de las más sonadas, de las que ni los años ni los siglos tapan. ¿Ancestrales muros, bastiones, restos, belleza? De la "familla" de su nombre en otras lides se vale alguien y de sus buenos testaferros para cejar en un empeño que no tiene nombre. Y vengan congresos taurinos en Ronda, nacionales, mundiales o lo que haga falta, que eso ayuda lo que no está escrito, que aquí todos los días estamos toreando, desde luego, pero otras cosas.
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