No nos gustan los días dedicados a determinadas reivindicaciones de personas o de estados naturales del ser humano, en las que todos estamos incluidos: el del padre, de la madre, de los enamorados, del niño... Tras ellos se mueve una propaganda comercial de consumo y unos beneficiados finales, a los que la celebración les importa un rábano, salvo que el dinero llegue en cuantiosos torrentes a sus gruesas arcas, y, asimismo, la frustración del que no puede regalar algo, porque su economía no se lo permite.
Jornadas como las de ayer, por eso, Día de la Mujer, suenan a regla, cuando deberían ser la excepción, ya que lo prescrito, lo obligado, lo sentido, tratándose del ser más sacrificado de la familia, en cualquiera de sus abnegados papeles, es no dedicarle un día, sino todos; no un recuerdo fugaz de unas horas, sino una actitud de permanente agradecimiento y veneración.
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