En este enorme hurto que recorre a España, de norte a sur, roban todos: roban eléctricas, telefónicas, mercaderes, Estado y municipios. Los que menos, los ladrones de oficio. Con tanto afanar lo que no es propio e imitar a los poderes fácticos -llamémosle así-, el desvalijo, en una u otra forma, está entrando descaradamente en nuestras vidas, y, lo que es peor, corrompiendo al pueblo llano, o al que nunca pensó en ello, y, ahora, no ve delito en practicarlo; quizás imbuido de la idea de que no debe de ser tan malo cuando todo quisque en las alturas lo practica.
No es que pueda servir de ejemplo, dada la inalcanzable escala en que se mueve el descarado expolio de los poderosos; pero algún pequeño hueco sí que merece en ese odiado campo de la sisa por la desaparición, con este tiempo de pertinaz lluvia, en ocasiones diferentes, de dos paraguas a este escribidor, en públicos y decentes locales. Esperamos, por lo menos, que sirviera para protegerse de la lluvia, y no para mercadearlo, al robador. Que casi en verso, nos ha quedado ¡vaya por Dios!.
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