A los útiles de escribir, al bolígrafo, al papel, acude uno con el sentimiento de los idos artesanos de antaño a los que el progreso enterró en el olvido, de estar usando una inútil y anticuada forma de expresión; y que, como a los libros impresos, poca vida les queda. Más epitafio que creación, es esta vana caricia de ahora del lápiz sobre la textura y blancura de la hoja, para atrapar pensamientos, anudar conceptos, que nadie va a leer para validar su donosura o bien decir. Mensajeros seguirán siendo los dedos de nuestras cuitas, pero tundiendo teclas, cegados por pantallas de pixeles y cárceles de tecnológica luz; también detestando esas prisiones y añorando galeradas, la comunión de la mano con el papel: trova de amor hecha añicos.
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