Por las puertas del invierno, descaradamente de par en par, se nos ha colado un marzo sin obligaciones de momento, ya que las suyas, las de ser bastión de temporales de agua y nieve, se las dejó cumplidas hasta la saciedad un febrero tan casquivano como de costumbre, pero pasado esta vez de frenos a la hora de tensar la cuerda del frío.
Si la naturaleza suele cambiar sus leyes a capricho y darnos agua donde esperábamos sol, o a la inversa, poca mudanza hay en lo que respecta a la de los hombres, cada vez más empecinados en torcer las cosas más de lo que están. Calles vacías, comercios que las acompañan en esta terrible soledad, que nadie quiere ni a nadie beneficia. Ni mendigos quedan, con esta desoladora atmósfera, que ya es decir; y del único que se aferra a sacar una miseria tocando en lo más alto de nuestra calle mayor, su acordeón que debería alegrar los ánimos, suena con una tristeza que no es más que el eco en el que palpita ese vacío de honda desesperanza.
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