Uno de los grandes atractivos de la vida, nos lo proporciona sin la menor duda ver amanecer, señal inequívoca de que seguimos en el mundo. Pero sin salirnos de este despertar cotidiano de la naturaleza, hay otro placer añadido que sólo es cualidad que nos traen determinadas estaciones de cambiantes entrañas, como el otoño o el invierno; y es el de, esperando el amanecer, adivinar qué nos deparará en su aspecto atmosférico la mañana: qué nubes nos visitarán, qué auras ablandarán o endurecerán el ambiente, qué luces o colores engalanarán el austero paisaje. Como entre nuestros hábitos está el de madrugar, y a veces exageradamente, intentamos siempre, escudriñando los cielos, a esas horas un completo enigma a no ser que esté lloviendo, trazar con mucho de necia arrogancia, al margen de las certeras previsiones de la actual meteorología, la futura marcha del día.
El acertijo es harto complicado teniendo en cuenta que para ello estorba más que ayuda la mortecina luz de una farola cercana, que entre recortes municipales y directrices de Sevillana, anda todo el santo año más muerta que viva. Ya que no es noticia proclamar que tal eléctrica, por hablar de la que más cerca nos martiriza, está más preocupada por amasar dinero para los miembros de sus consejos administrativos, que en prestar un servicio digno. En ese despropósito no es extraño, en su afán lucrativo, que, sin avisar, mande a las viviendas, cuando le viene en gana, una avenida tal de carga, que destroza en su alocado caminar cuanto encuentra a su caso. El que esto escribe, por ejemplo, por tal circunstancia, cuenta ya con un incendio en su casa, y hace sólo pocas fechas con el fundido de varios aparatos, sin que en ninguno de los dos casos la reclamación haya servido más que para inútiles rabietas.
Creo que nos hemos perdido el hilo, aunque nunca viene mal un desahogo. En realidad, lo que pretendíamos al principio, es decir que nos espera hoy, con una niebla que sólo dibuja contornos y siluetas, un día precioso.
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