A febrero, como mes diferente, le dan fama y cierto prestigio de raro, su cortedad a la hora de echarse días a las espaldas, y, cómo no, ese carácter de veleidoso impenitente, desprendiéndose de cualquier adustez opresiva para hacer realmente lo que le viene en gana, ora rezando, ya pecando.
En otros tiempos, con otras calendas y circunstancias, era un mes bien recibido, por su transición hacia predios menos gélidos, dejándose tentar por brisas de una primavera no muy lejana, y, más que nada, porque se había perdido de vista a enero, un mes un tanto insufrible con sus interminables fiestas, sus gastos excesivos y los ahogos imprescindibles para recuperar el resuello extraviado por los excesos de las comidas y las dentelladas del frío.
Triste por ello es, que, esta vez, en la sucesión del tiempo en el calendario, febrero pase un tanto desapercibido, siendo una prolongación más de las penurias y miserias precedentes, que no sólo no cesan, sino que aumentan a velocidad vertiginosa impulsada por voraces políticos que, en todo la geografía, pregonan austeridad y viven, se apropian de lo que no es suyo, y derrochan, tal mitológicos dioses.
No hay comentarios:
Publicar un comentario