Da qué pensar la hipótesis de que el hombre usara de una crueldad y una saña sin límites en el camino de su evolución hasta llegar a ser el monarca en su universo; en el orden desordenado de éste, el más sanguinario de los que por allí se buscaban la vida. Podría servir como excusa que, como un animal más, todavía la luz del entendimiento sólo había iluminado su espíritu con contadas gotas, sin apenas instrumentos con los que diferenciar el bien del mal.
Transcurridos millones de años desde ese oscuro período de la historia de la humanidad, contemplando hoy esa perfección que ha alcanzado el cerebro del hombre, pocas dudas cabe a nadie que en lo que respecta a a la utilización de esa materia gris, menos que nada hemos ganado con el transcurrir del tiempo. Seguimos siendo los humanos los seres más viles de la creación, para las demás especies y para la nuestra. Es lo que se nos ocurre, con el periódico de hoy en las manos; horror de los horrores lo que nos cuenta, como cualquier otro día, como todos los días, aunque siempre hay un pasito más, un escalón más en la forma de martirizar, de matar, para que no se diga que nos somos los más sabios, los más listos.
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