¡Ha muerto el rey! ¡Viva el rey! Claro, que no se trata de que haya ocurrido ningún fatal desenlace por enfermedad o magnicidio de algún monarca de los que todavía quedan por ese vasto mundo, y sólo nos referimos, por fortuna, al paso fugaz de los días que deja para el recuerdo el recuento de un año, a la vez que con toda premura, sin ningún interregno, acude sin tardanza a un sustituto, porque siempre es mala la pérdida de un orden y en esto, el calendario, es de lo más inflexible y riguroso.
Al año, el 2013, recién parido, poco o nada cabe achacarle aún, ni malo ni bueno. Otra cosa será según avance, porque un tren de adversidades sin cuento, doce, unidas como vagones a la locomotora de la desventura, no hay alma, por optimista que sea, que agorero no le vaticine. Uno se aferra hoy, sin meditar más allá en otra cosa, a la quietud de una mañana, de apenas lluvia, de apenas sol, de apenas frío; un nirvana de la naturaleza que se presta como pocas veces a huir de una realidad amenazante; pero no hoy, en que nada se altera ni altera a una mañana que, como el año, puja por nacer, por justificarse.
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