miércoles, 23 de enero de 2013

ARRIATEÑOS APAGONES




     Con el paso de los años se va minimizando el cerco de la circunferencia que en extremos equidistantes ocupan Arriate y Ronda, una vasta espiral que ya trazara desde sus comienzos, dando un rodeo para delimitarla, y ahorrar cuantiosos gastos en su construcción por aquí,  el ferrocarril que une a las dos poblaciones. Con estrechar queremos decir, que la proliferación de viviendas entre ellas, en   predios que no eran más que  olivares y campiña, van acercando ambos urbanismos proclives por la marcha de los días y las necesidades de los tiempos, por suerte o desgracia, a no ser más que uno. Entretanto, en un intervalo que no presumimos muy largo, los naturales de una y otra ciudad se entrenan para lo que venga intercambiando la geografía que les es propia, es decir, viviendo los arriateños en terrenos rondeños y viceversa.

      Aunque guarda el que escribe amor y respeto para todos los pueblos serranos,  algo más, no sólo, la distancia, le acerca a Arriate, lugar de nacimiento de su progenitor, en una tarde, según la meteorología, de ponerse al abrigo de los huracanes que han de soplar; después, no tanto cuando en el interior de un coche de un amigo, nos dirigimos hacia allí por el camino del Llano de la Cruz, todavía con mucho de su encanto prístino, de molinos y senderos en los que ramonean no sólo ovejas con su lana encima, sino una paz que se demora y se enquista, como hace siglos.

     Como ocurre en las transiciones entre campo y ciudad, y más cuando se trata de pueblos andaluces, Arriate sorprende enseguida con su blancura, la torre altanera de su iglesia y la apretura de sus calles, señalando por si no lo sabíamos, en qué región nos hallamos y cómo se ganan la vida sus gentes. Vamos a casa de un matrimonio amigo, que nos reciben como a monarcas, con gollerías de la tierra y guisos caseros que con mano diestra y sabor de otras épocas, fabricó la esposa. Una velada de lo más   emotiva, con anécdotas del mil aventuras que nos proporcionaron los años, los mismos que ya nos van pesando.

      Aparte de recuerdos, libros, árboles y animales, también hablamos de esos apagones de luz que, al parecer, y según nos contaba nuestro anfitrión sigue sufriendo Arriate, habitualmente, sin que nadie los remedie, desde siempre,  como si estuviéramos en la posguerra, cuando común era el uso de velones y quinqués.  Como estando allí ocurrió la venida de tinieblas varias veces, damos fe de lo ocurrido. No nos cabe la menor duda de que, como con tantas otras tropelías que por estos lares ocurren, a los naturales de por aquí, los arriateños,  hartos de poner el grito en los cielos, de protestar a la Sevillana, o como se llame ahora, sin que se le hicieran el menor caso, acabaron por rendirse temiendo mayores males. Puro estoicismo, en fin,  de aguantar lo que nos echen, que eso también lo llevamos en la sangre.

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