Tanto sol y tanto calor, estamos por decir, ablanda un poco el cerebro y apabulla la mente. Refugiados tras unos cristales de esos modernos que combaten todo, la atmósfera exterior es algo engañosa, ya que la saltarina brisa que riza el mar de toldos y de árboles, sugiere un aire fresco, lo que dista mucho de ser cierto: basta asomar el rostro fuera, para comprobar que son dagas ardientes, fuego estival lo que ese airecillo malévolo transporta.
No es día de escapadas arriesgadas, ni de paseos extenuantes, con este sol de justicia. Sin embargo, allá vamos. El andar es recomendable, saludable, una pócima mágica para nuestras dolencias, (dicen todos), cualquiera que sean las inclemencias. Buscamos las aceras en sombra, aunque haya que pegarse a las paredes para disfrutar de un resto de ellas. Y ahí nos quedamos, casi frescos, y con literatura mercantil abundante para distraernos un rato. Las paredes son estos tiempos que corren un piélago de anuncios, de ofertas, de ventas inmobiliarias, de declaraciones de amor y también de temas novelescos, de engaños y traiciones. Encontramos uno que así nos lo parece. Por capítulos. No sabemos si habrá más, pero hemos encontrado los dos iniciales. Un tal Eugenio se ha apoderado de algo que no era suyo. Así lo asegura el autor del escrito. Ha mandado al traste con ello, un negocio que tenían a medias, que no daba para mucho, y menos cuando su compañero, en quien tenía puesta toda su confianza, se llevó el dinero de la recaudación. La vida da, sin duda, argumentos para muchas más novelas que las escritas. Todos reales.
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