Pasan los gobiernos de las naciones, de los municipios, y entran otros, con nuevas intenciones, nuevos proyectos. Se critica lo anterior, porque es lo más fácil, lo de sus predecesores en el cargo. A veces con razón, otras sin ella. Es lo habitual. Posiblemente, muchas cosas se hicieron mal, pero, igualmente, algunas buenas. No todos pueden entrar en el mismo saco de la inutilidad, del despotismo o de la prevaricación. En cualquier caso, craso error es prescindir de lo realizado con sensatez y entusiasmo, de lo que espera, al no estar acabado, una continuidad, un empujón, un esfuerzo final, para bien de la ciudad.
Por este mismo razonamiento, me parece que carece de sentido abandonar ese proyecto de recuperar la bandera de la ciudad, la que tuvimos algún día y de la que hoy carecemos. ¿Si se han gastado horas, ilusión y dinero en ello, por qué no continuar, en vez de dentro de algunos años, cuando nada quede, comenzar de nuevo?
Y, desde luego, qué decir de nuestro monumento más antiguo e ignorado, La Cueva de la Oscuridad, en el mismo corazón de nuestro urbanismo. Nos consta que estaban muy avanzadas las gestiones para su apertura, y que su dueño no pretende otra cosa que verlo en el catálogo patrimonial de la ciudad, habilitado para su visita y no rumiando el olvido de todos estos años.
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