Hay cosas que en un mundo en constante mudanza, nunca cambian. Bueno, quizás sí. Puede que, ahora, algunas, sin cambiar en su esencia y fines, para manifestarse, escojan los medios más peregrinos. En todo tiempo, por ejemplo, el amor ha sido cosa de dos y, en sus inicios, un juego de secretos, de ocultación, de intimidades que no trascendían fuera de los propios enamorados, únicos portadores de un arcano de atracciones que a nadie importaba y en eso radicaba uno de sus mayores encantos.
Un algo de ese secreto, pero también de adivinanza y, sobre todo, de descarada expresión, puede rastrearse en esa declaración de amor que, alguien, no tan anónimamente para quien lo conozca y sospeche las letras que faltan a su nombre, "M", dejó en las paredes de esta obra de nuestra calle principal. Sería el inolvidable recuerdo de un día que, suponemos, resultó apasionante, en el que recibió un sí a sus demandas amorosas, fueran estas cuales fueran. Una sola duda sobre su eufórico autor: ¿Enamorado o enamorada?, que todo cabe.
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