Una casa arruinada en el campo, donde alguna vez se alzó airosa, es una afrenta a ese campo y toda una declaración de intenciones de los que hartos de trabajar toda una vida para morirse de hastío, acabaron por abandonarla. Una vivienda que allí se desploma, en pocas ocasiones vuelve a edificarse, y si lo hace será con otras intenciones, que no la de laborar la tierra sus ocupantes. El campo, pretendido caballo de batalla de los Gobiernos desde hace siglos, ha sido en realidad un socorrido titular que queda espléndido de cara a la galería en tiempos de elecciones, de los que con gestos y voces desmesuradas aseguran que el solventar su problema, el de los campesinos, es cuestión de días.
Hoy, más que nunca, el campo, como medio de vida rural, agoniza en la mayoría de las poblaciones de nuestra región. Su producto económico, es la riqueza de monopolios y mafias que lo comercializan. Si a alguien le queda alguna duda que vea cuantas y cuantas casas desplomadas se esparcen por nuestros campos. Todo un símbolo de una desgracia y de una situación, que no parece tener fin ni remedio.
Hoy, más que nunca, el campo, como medio de vida rural, agoniza en la mayoría de las poblaciones de nuestra región. Su producto económico, es la riqueza de monopolios y mafias que lo comercializan. Si a alguien le queda alguna duda que vea cuantas y cuantas casas desplomadas se esparcen por nuestros campos. Todo un símbolo de una desgracia y de una situación, que no parece tener fin ni remedio.
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