Cuando despunta el alba nos coge despiertos y en pie. La cama es un objeto apropiado para dormir, pero no para rumiar insomnios, fantasmas propios y problemas que el horizontal mueble agudiza. A esta hora, ensaya su inicial vuelo la mañana, acompañada de tímidos trinos y límpidos sonidos, que apenas son suspiros de un alba que se despereza. Son intensos los olores, el aterciopelado del jazmín y el recio del aligustre, que entran en oleadas por entre las rejas del balcón; un saludo de bienvenida, de buenos modales, de este amanecer quejumbroso, de blandos perfiles estivales y perfumado, enviándonos olores, colores y rumores que nadie turba, nadie viola.
Tanta es la calma en que se mece la incipiente mañana, que acaba uno por quedarse inmóvil, resistiendo la tentación de ir a caminar, sin vehículos y sin caminantes, esperando que este gozo para los sentidos, sin centinelas, sin inquisidores, no acabe nunca.
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