Llega julio, con su turba demoledora de sofocos y sudores; pero sería injusto que no le dedicáramos unas líneas, porque como todos los meses y estaciones, (y aunque esta que nos castiga ahora, sumamente ardiente, sea de las que más nos fastidian a los que encontramos mejor acogida entre frías brisas), aportan equilibrio y vitalidad en su perenne rodar a la madre naturaleza, que de todo requiere para su soberana plenitud. Plenitud es el invierno y plenitud el verano, para referirnos sólo a las dos más extremas.
De todas formas, diríamos, que es un verano, el que nos lleva fustigando desde hace unos días con imprevisibles calores, más tempraneros que nunca, de un tono nuevo, inusitado, ya que pese a sus rigores no ha sido capaz de agostar todavía ni a todas las rosas, ni de imponer su impronta de aridez en campos, collados y laderas, que continúan mostrando mucho todavía de lo que, no hace tanto, abarrotaba con fecunda prodigalidad su suelo. Para los menos aventureros, desde el refugio de un coche, de un autobús o un tren, le recomendaríamos echar una mirada a cuanto decimos, es barato y reconfortante con estos súbitos calores.
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