Con estos fuegos estivales que derraman los cielos, hay que ver el protagonismo que asumen los árboles, cuanto más frondosos mejor, ya que en proporción directa a la abundancia de hojas y ramas crece la espesura de su sombra y el solaz y refugio que nos proporcionan. Pero, desde luego, son otras sus funciones esenciales. La verdad es que nunca ponderaremos bastante el papel vital de los árboles, desde los que son meros objetos de ornamentación, como de los que dependen el medio de vida de pueblos enteros de nuestra Serranía; sin ir más lejos, castaños y alcornoques, por citar dos de los que abundantemente visten los escarpados terrenos de esta región.
Entre los que fueron creados sólo para deleite de la vista, una loa particular de admiración, siquiera sea periódicamente, debemos al pinsapo, tanto por revestirse de una ancianidad que se pierde entre la eras de la historia de la tierra, a la que llegó antes que el hombre, como por enseñarnos formas indelebles de supervivencia. Así fuera de su suelo habitual, los altos riscos de la Sierra de las Nieves, también se han adaptado a la vida urbana. Lo vemos en jardines particulares, más que en públicos. Ni el sofocante calor de los veranos actuales, pueden con ellos. Ejemplares como el de la plaza de García Redondo o la pareja de la del Campillo, son un primor. Por nuestra parte, tenemos un sueño: que, dada su fortaleza para sin apenas merma de su prestancia y verdor, arraigar en nuestro entorno más familiar, algún día los podamos disfrutar en número mayor, de diez, doce o veinte, cubriendo una avenida o formando un bosquecillo recoleto y distinto a cualquier otro. Es cuestión de años, pero, igualmente, de ánimos de perfección.
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