Ha cumplido julio con su papel de mes estival que le asigna el calendario, destilando fuego y amasando sudores, y sin prisas, que es domingo además, anda recogiendo el mes sus cosas, que detrás, bulle su hermano menor, con el que más congenia, agosto, encargado, ya con menor ahínco y furia de ocupar su trono y atribuciones y de recordarnos que la ardorosa estación en la que nos encontramos todavía le queda cuerda para rato.
Es tiempo el de hoy, y el que se nos viene encima, de dar la espalda al trabajo y a esfuerzos desproporcionados y, casi más por tradición que a veces por ganas, rastrear otras orillas y otros predios en los que asentar nuestros molidos cuerpos y cumplir con el ritual del verano.
Para los que por reveses de la economía o por otras causas, obligados quedan a permanecer donde todo el año estuvieron, el consuelo, como arma a esgrimir ante sus amigos, de que tendrán abundante tiempo de asueto para gastar de mil maneras y que dentro de las familiares paredes de sus casas no se hallarán ni como huésped de los más sofisticados palacios.
Para los que por reveses de la economía o por otras causas, obligados quedan a permanecer donde todo el año estuvieron, el consuelo, como arma a esgrimir ante sus amigos, de que tendrán abundante tiempo de asueto para gastar de mil maneras y que dentro de las familiares paredes de sus casas no se hallarán ni como huésped de los más sofisticados palacios.