Al otro lado de la ciudad, en lo más alto de ella, donde surgen las amplias y modernas avenidas, las aceras expeditas y, con este tiempo, mucho sol, se diría el mejor escenario para los propósitos de caminar sin sobresaltos. Sin duda lo fuera, sino surgiera a veces la necesidad de cruzar de acera a acera, por el obligatorio paso de cebra sin semáforo, porque en la población no existen. Cuando se emprende esta acción, con frecuencia, entre desistir o no, se piensa que a lo mejor, más que por las franjas, el nombre del animal se le ha dado a aquél por ser parte de la selva en que se torna el mínimo trayecto a nuestro paso, con vehículos que si se detienen, besando la ropa de los que cruzan es con caras largas y a la maldita fuerza, no les vaya a caer una sanción; aunque lo más corriente, es que en vez de parar, cuando apareces en el horizonte visual de conductor, que plácidamente y sin prisas hasta entonces viene, inicie la carrera de su vida, con ánimos no se sabe bien si por llegar antes que tú, marcando un territorio que cree le pertenece, o por mandarte con todas las de la ley, la suya, al mundo de ultratumba.
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