En ocasiones, se diría que algo le susurra al tiempo de que es festivo y que haría bien en engalanar al día con prendas nuevas. Eso parece que proclama esta mañana, con visos que no son siquiera de primavera adelantada, sino de veranillo, con un cielo casi translúcido y una desdibujada luna que es como una torta grande de arroz aplastado, sin ánimos de marcharse, y un globo que como el nocturno astro, se demora, perdiéndose de vista con una quietud y una lentitud que hasta exasperan.
Con el paso de las horas, pocas, se han llenado de visitantes los lugares de la ciudad más frecuentados, aunque son muchos los que merecen verse; pero estos últimos, más remotos quedan en la intención de los guías, por sus cuestas empedradas y por la condición del humano rebaño al que manejan, jubilados, en su mayor parte, ya con las heridas de los años en sus cuerpos no tan erguidos, ni tan presurosos como fueron, calmosos como la mañana, más vivos de lengua y gestos que de andares: con la ilusión y el calor del sol como estandartes, al menos hoy, que mañana Dios dirá.
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