martes, 17 de marzo de 2015

SAN CRISTÓBAL Y LAS AGUAS



     Saltando por encima de esas vacuos términos para lo que impone la geografía de provincias y límites materiales, con Grazalema tuvo una nuestra ciudad una corriente de simpatía e igualmente de similar identidad de orografía y urbanismo que no ha borrado el paso del tiempo; ni siquiera al desaparecer esos arrieros, contrabandistas y malhechores que recorrían el camino que llevaba de una a otra, cada uno con sus compromisos a cuestas, al socaire de lo que estipulaban las leyes o a espaldas  de ellas. Lo que antes se recorría a lomos de burros y mulas, hoy se realiza en vehículos, con más facilidad, y no me atrevería a decir con menos riesgo, aunque sí con parecida profusión. 
       Ayer por las cumbres del San Cristóbal, sin profanarlas, merodeaban unas nubes blancas, dudando si cubrirlas o no. Decididamente sí que lo hicieron porque por aquí hoy tenemos lluvia. Hogaño como antaño, sin necesidad de previsiones ni de satélites, sigue siendo el rocoso corpachón de su mole, con nívea o parda caperuza, el más certero pronóstico de la llegada de las aguas a nuestra ciudad, que sólo es en este aspecto una fiel y minimizada servidora de la montaraz Grazalema, aunque no le llega a los talones en eso de atraer y acaparar torrentes y torrentes de agua, bendición al fin y al cabo que sólo cabe admirar y loar.



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