Yo diría, Zaide, que para que la vida no se nos desboque, ni se salga de madre el caudal de nuestra tranquilidad de espíritu, en los estrictos y austeros límites del cumplir, esa bisílaba palabra, tendríamos que movernos perennemente. En uno de los sentidos de ella, sólo en manos nos hallamos del azar y poco nos queda hacer sino contemplar amordazados los vaivenes de la diosa fortuna: cumplimos días, cumplimos meses, cumplimos aniversarios y, con harta ventura para quienes aquella abiertamente les sonríe, hasta siglos.
El reverso de la palabra, sí que nos atañe tan de lleno que seremos uno u otro diferente haciendo caso o no de su llamada: "cumplir." Cumplir con todo lo que nuestra existencia nos reclama: con nosotros y con los demás, con nuestros ascendientes, y con nuestros descendientes, con los familiares y los que no lo son, con la sociedad, con el de menos inteligencia y con el que más la tiene, con el poderoso y más que nada, con el que carece de lo mínimo. Cumplir,
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