Se anuncian elecciones, o lo que es decir, hieren la vista en el corazón de la ciudad y más allá de ella, carteles de gran tamaño con beatíficas sonrisas de los protagonistas del espectáculo; y los oídos, el tumultuoso crepitar de piquetas y modernas herramientas eléctricas, levantando aceras, pavimentos o derribando muros, cuando no el acre olor que despiden las máquinas de asfaltar soltando el viscoso líquido. Como faltan unos días, aún no han llegado de fuera los gerifaltes de los grandes partidos o los que aspiran a serlos, con sus bagajes de utópicas promesas para cambiar el mundo, pero sobre todo a la ciudad, a la que, dan por hecho, sembrarán de riquezas y bonanzas, haciéndola gravitar en un desconocido mar de bienestar y dulzores, nunca imaginado.
La decepcionante realidad es, que un juego social que para que bien funcione necesita de una dupla de contendientes: el ciudadano o como grupo el pueblo, y por otro lado los políticos, los futuros dirigentes, se ha quedado a todas luces manco, porque uno de los jugadores, los gobernados, los maltratados de siempre, los empobrecidos, han dicho que no participan. Nos atreveríamos a jurar, que, después de todo, a los que han hecho de la política su vida, eso no les importa gran cosa. Entre ellos siguen a lo suyo, a desplegar carteles a ver quien mejor imagen da, a insultarse en cuanto tienen ocasión, a desprestigiarse, a sacar a la luz los trapos sucios, de los que tantos manejan, a luchar entre ellos de mentirijillas, y, de paso, a ofrecer el oro y el moro para los que los sigan, los voten. Un "reality", en verdad, que a nosotros como pueblo, como ciudadanos, y es triste, ha acabado por importarnos lo que a ellos su verdadera función: nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario