Modesto en su galanura es el mes, que no alardea, como otros bravucones congéneres, de épicas grandezas de césares y áureas legiones de incontenible y victorioso caminar. A cambio de esa penuria, después de todo de efímeras glorias mundanas, él propone una dulzura de irisadas bonanzas, un universo de fogosos matices en movimiento, en transformación sin aparente desmayo, posado sobre la majestad de un reino de ensueños y presto, además, a iniciar en cualquier instante un perpetuo revuelo de hojas que, sin presente director de orquesta que lo modere y calme, van y vienen; o de luces mortecinas, de frágil existencia, que tan pronto nacen como agonizan. En este barrunte, en esta prevista catarsis de fantásticos monólogos naturales, que, salvo imprevistas hecatombes, a nadie daña, lo mejor es agudizar la mirada, relajar la mente y, si no durante horas, aprestarse algunos ratos a ser espectador privilegiado de estas mudanzas, de este colorido, de esta enfervorizada pausa del tiempo antes de emprender mayores hostilidades, que no cabe duda que vendrán, a galope seguramente.
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