Déjame que te explique, amigo Zaide, el amor como yo lo entiendo: en su punto de partida es algo difícil de definir, un cómo no me he dado cuenta de que estabas ahí, tan cerca y tan ignorada por mí; una punzada en el pecho y un desgarro de los sentidos, después; un estar y no estar en el mundo; un grito de sólo quiero estar contigo; un borrarse todo lo demás. Un cielo compartido ya para nunca abandonar; un pozo de donaires que no falte en la mirada, un destino al unísono que recorrer; un desfogue de risas; un pararrayos para las penas que se crucen; unos hijos que educar y adorar; otros hijos de los hijos que embobados, contemplar; un sin dar cuenta envejecer y pensar, y, más que pensar, creer que todo, todo, cuando se acabe el sueño, en algún lugar, aquí o allá, en un tiempo sin finitud, en el confín de las galaxias o en apacibles destellos de estrellas fenecidas o vivas, en inmarcesibles y amenos prados, como los que holló constante vuestro amor, pasen centurias o milenios, antes o después, alguna vez, habrá de continuar.
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