domingo, 12 de octubre de 2014

HERMÉTICO SILENCIO



     No hay silencio más hermético que el que encierra entre sus sutiles muros estas mañanas otoñales, indecisas en otras cosas, pero no en el de dejar caer, como una pesada carga, un callar de toda la naturaleza, en la que nada habla, nada respira, y una melancolía que no es tristeza sino tránsito, espera; o quizás, refugio para no perderse del todo apresado por esa inmovilidad, por ese imperceptible pasar.
     Como ha llovido con profusión y generosidad durante la noche, a ratos torrencial y ruidosamente, puede que la culpa de todo lo dicho la tenga el agua, impetuosa en su desplome, purificadora hasta la saciedad, barriendo lo barrido una y otra vez, hasta dejar exánime sin energías cualquier proceso de cambio, de movilidad, sin ganas de todo lo que no sea callar, no moverse. Nadie diría que son las ocho de la mañana, porque no hay luces, y sí ese enorme silencio, más bien noche cerrada y eterna, una que no acabara jamás.


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