Entre el callar y el hablar discurre como sereno e inagotable manantial la sabiduría del bien obrar. Lo sensato, pero complejo, es hallar dónde radica el equilibrio. Albedrío de la voluntad es usar a su conveniencia uno y otro ejercicio, sin alterar ni romper diques que luego no podrás volver a levantar; ni tampoco, desde luego porque no es bueno, aferrarse a permanentes refugios de árida soledad. Sociable es el hombre y para que no hubiera duda y tuviera conciencia de esa hermandad tan necesaria y cercana, concedida la fue la palabra, el verbo, facultad de dioses es, que no de animales, una cualidad más que por encima de ellos nos eleva. Sé, tú, Zaide, moderado en tus charlas y conversaciones, que no sean verborrea de gente ignara o mal criada,; y si no eres de esos, razón de más para que no ofendas a nadie que no pueda defenderse, por estar ausente, de tus diatribas. Casi siempre el callar es de prudentes, pero no hasta el punto de no rebelarte contra las innumerables injusticias, que nos azotan, las mayores, a los que menos la merecen. Malsano suele ser todo poder, incluso, empleada a destiempo, y sin contemplaciones, el de la lengua desatada.
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