Hipocresía, calle mayor del mundo la llamó Quevedo. Y es de ver cómo aquélla, sale a la luz, se manifiesta en ocasiones pese a los impenetrables fondos en que se mueve, una de ellas en estos turbulentos tiempos que vivimos, ahora mismo. Tiembla Europa, tiembla América, tiembla el humano universo del bienestar, de la despreocupación
porque una epidemia que proviene de África pueda infectar a algunos de sus habitantes, y con ello a otro contingente mayor. Y, con su poderoso despliegue e influencia, en todos los medios de comunicación, en bares, parques o mentiremos no se habla de otra cosa que no sea eso: de las medidas que se han de tomar en los hospitales llegado el caso, comenzando por médicos y personal sanitario, en aeropuertos, trenes y en fronteras que tengan que ver con los centros malditos africanos de donde a pasos agigantados llega. ¡Que nada, ni por asomo, ni de refilón, toque a la pureza de nuestro bendecido y civilizado mundo, a nuestra diaria tranquilidad!
Sin embargo, sin interrupción alguna, constantemente, años y años, días y días, como a nosotros no nos afecta, ignoramos, seguimos ignorando todos, no haciendo caso alguno, de que incontables millones de seres están muriendo de hambre, la más letal de las epidemias actuales. Que se halle lejos y que no sea algo que nos pueda contagiar es la mejor de las noticas para gobiernos y demás que, por eso, poco o nada hacen por remediarlo.
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