Me confiesas, Zaide, que tu soledad halla amparo y pronto remedio, incorporándote al paso de las grandes masas, metido entre multitudes vociferantes, ruidosas, bulliciosas; que allí sientes como si la voz común fuera tu voz y su impulso, que todo lo avasalla, tu desconocida fuerza, la que te imprime fortaleza y hasta oligarca autoridad, esa que nunca antes encontrabas; que arrastrado, sin apenas esfuerzo por la informe masa, te crees alguien con el poder soberano de muchos en tus manos, como si fueras fue el amo y los otros los que te siguieran.
Como amigo y escaldado, te aconsejaría, Zaide, que reflexionaras mucho antes de dejarte llevar por las apariencias; que las masas susceptibles son de deshacerse con la misma rapidez que se constituyeron; que, es flor de un instante, que tan engañosa como cruel es su fortaleza y tiránica suelen ser sus decisiones, porque manejadas a capricho son por quien no forman parte de ellas. Advierte, por demás, que no siempre podrás rodearte de aquéllas, ni cobrar de su pretendida energía la tuya; que esta última sí que es, sin falsos ni pasajeros acompañamientos, la que probará la voluntad de tu ánimo y el sacrificio de tu esfuerzo.
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