No es nuestra alma, espíritu o llama incandescente que nos alienta, algo, Zaide, que no necesite remiendos. En el proceloso golfo de infinitas tormentas que es nuestra existencia, cada embate, cada tempestad, el superarla y domeñarla, cuesta una herida, y cada brecha una sutura. Profesional por añadidura, muy hábil, tú o de quien te valgas, ha de ser el zurcidor para que la huella, que sin remisión ha de persistir, quede no extinguida, que eso no será posible, sino en dilatada calma.
Para cuando metafísicos apósitos resulten de nula utilidad en el luengo proceso cicatrizador de penas y congojas de obstinado asiento, más te valdrá, amigo, no obcecarte una y otra vez en ahondar en ellas, porque nada ganarás en el envite y el trabajoso ejercicio te recomerá por dentro hasta hacer manar sangre de nuevo. Mucho mejor sería, estimo, dejar que el tiempo, sin prisas, que para esto no las tiene, esparza sus sedantes remedios, aunque te digo, también, que habrás de tener en cuenta que ni siquiera él es ese taumaturgo de deslumbrantes prodigios, que todos proclaman.
No hay comentarios:
Publicar un comentario