Estas brisas novatas de agosto en nada se hermanan con la de otros meses, y bajo una falsa apariencia de sumisión, guardan múltiples registros, tal si fueran las teclas de un instrumento en reposo. Los expertos en inocuos aires veraniegos, le suelen dar muchos nombres: brisas de poniente, del este, del norte, de levante, del oeste, asimilándolas a una procedencia fija que no es tan sencilla de pronosticar, porque a su arbitrio van y vienen y no parece nacer ni venir de parte alguna, salvo de sí mismas.
Sin entrar en maratonianas discusiones que a nada llevan, nos gusta identificar a las que al socaire de la débil sombra que proyecta la parca fronda, merodean por nuestro mínimo jardín: las que imprimen un pudoroso cabeceo a los jazmines, como un azorado sí de blancura; las que sólo curiosean unos ínfimos instantes y malhumoradas se marchan nada más llegar; las que ocultas en el verde rombo del laurel, saltan de hoja en hoja, agitándolas por turno y tamaño; las que se diluyen con los postreros rojos del atardecer, como toque de corneta que llama a las sombras... Toda una ciencia sin libros ni cronistas, en realidad, un juego fútil, este de nominar a las juguetonas brisas de un amodorrado agosto.
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