Zaide, para surcar con algo de abrigo interior y sin grandes despilfarros ni desplazamientos los escollos del verano, deberían bastarnos cosas tan simples y sobrias como una jarra de agua helada, bien pura, de un hontanar de la tierra, para que todo quede en casa estando en ella; y de ésta, una habitación, no muy grande donde reposar sin inquietudes, con sol y sombra a la que acudir según la marcha del día y las mudanzas caprichosas del tiempo; y, desde luego, como confidente y perenne compañero de nuestro viaje por la vida, ese buen ánimo que, cuando quiere, a nuestra vera se sienta. Y si penoso fuera que agua o refugio nos faltara, más tragedia nos advendría si el sosegado ánimo, ese divino aliento que más que nada nos sustenta, nos dijera adiós, que fatal abandono sería.
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